04 junio 2008

BELLIS PERENNIS



MAR y su microcuento

Todo ocurrió entre el caos y el desamparo que generó una peligrosa tormenta con carga eléctrica, llovía a mares, caían rayos entre las pequeñas calles de un pequeño y humilde pueblo pesquero, los relámpagos ayudaban poco a traer la calma a los pobladores de esa zona. Parecía como si el dios de las tormentas, Taranis decidiera cargar toda su ira y rabia contra esa zona queriendo hundirla en el agua e incinerar para siempre algunos edificios que daban una entidad especial y todo a base de fuerza eléctrica, sin pensar que dentro había gente desconcertada y temerosa de las consecuencias.

Era tarde, la noche empezaba a entrar con fuerza en su soledad, en dar apariencia de que no había nada que hacer y solo el paso de las largas horas podría darle solución con el amanecer de un nuevo día, mientras sonaban algunas de las puertas de las humildes casas de pescadores, donde alguien llamaba golpeando la aldaba desconsoladamente para que le abrieran y poder refugiarse de la lluvia, y de la tormenta.

Entre los habitantes había también gente valiente y decidida, con ganas de hacer algo y sin saber como, pero tampoco sabían el por qué ocurría, habían oído la leyenda que contaban los más viejos del lugar sobre el día que los rayos incendiarios entraran por las puertas de las casas cuando las abrieran en una noche de tormenta, a un extraño que solícito se presentara en sus casas. Quizá esa noche todo el mundo sería sordo como para no poder escuchar el repicar de las aldabas, como para poder percibir el silencioso gritar que pedía esa personita anónima que esquiva los rayos que la buscaban, que la arrojaban directamente con pérfidas intenciones ahí fuera.

Esa personita, que para todos los demás era anónima, era valiente, luchadora, e inteligente como para aprovechar el resplandor de los relámpagos, y así observar los lugares donde protegerse y a la vez moverse en el momento en que se apagaban, para no poder ser alcanzada por lo que Taranis lanzaba con intención de dañarla. Se defendía hasta la extenuidad, pero sabía que de durar mucho la batalla, el cansancio de su largo viaje le pasaría factura, llevaba toda la vida recorriendo el mundo, buscando un lugar para quedarse, o mejor dicho, un lugar para poder renovar fuerzas y continuar con su itinerante estilo de vida, sabía que había visto mucho mundo, pero mejor sabía que le quedaba mucho más por ver.

Había decido quedarse en ese lugar sin saber por qué, de una manera peculiar, sin terminar de entender lo que la reconfortaba de un lugar en el que llovía de forma inhóspita, no conocía a nadie ni a nada, era atacada por las fuerzas de la naturaleza, no le abrían las puertas por un miedo que ella no entendía, pero algo la atrajo y decidió probar, y tras recordar que era el último día del mes y que era una buena manera de acabarlo, se dijo con decisión “aquímismo30”.

Existía una figura única y atípica en los pueblos de la zona, desconocida por muchos, incluso por las autoridades del lugar, celosa de su intimidad, guardadora de grandes secretos y habilidoso con las manos, poco se sabía de él, pero no importaba, lo importante es que siempre estaba ahí, para lo que hiciera falta, para consultarle, para que escuchara, en la necesidad de aplicación de virtudes desconocidas, en resolver sencillamente lo que pudiera parecer complicado, era empático, era el bibliotecario de la única biblioteca de toda la comarca, en ella se respiraba un penetrante olor a papel y sal, a madera y libro antiguo, se mezclaba con el olor a las bombillas que con su luz queman todo lo que les cerca. Era un lugar en penumbra acogedora y necesariamente silencioso, solo acompasado por un antiguo reloj de cuerda que a cada movimiento de su péndulo dejaba caer a la estancia un “tic” seguido otro “tic” de idénticas características, no existía el “tac”, eso le hacía único y exclusivo. El reloj requería su atención cada tres días, solo que le pedía unas suaves cosquillas a su interior para poder seguir siendo útil minuto a minuto, sonar unas indescriptibles pero muy dulces campanadas a las horas en punto.

Era justo medianoche, cuando al sonar la última de las doce campanadas se oyó que alguien golpeaba delicadamente con los nudillos la infranqueable puerta de roble de la biblioteca, que regiamente se hizo para la antigua ermita que en su día fue, y que debido a caer en desuso, fue abandonada tras la finalización de la nueva iglesia construida con los fondos de las cofradías de pescadores. Por la forma suave y delicada de llamar, por la horas intempestivas y por la sin razón de la tormenta, algo le resultó extraño al nocturno bibliotecario que aún estaba en vigilia acompañado de un libro que lo había llamado esa misma noche, con la única excusa de mantenerle despierto por lo que pudiera ocurrir, y que al final ocurrió.

Abrió la puerta sin preguntar quien era, ni que quería el que llamaba, observó un rostro angelical bajo el agua que del cielo caía sin cesar, empapada hasta los huesos y que permanecía inmóvil frente a la entrada de la antigua ermita de piedra, con aspecto lánguido por el efecto del agua, antes de que ella pudiera decir nada, fue invitada con un rotundo “¡Pasa, no te quedes ahí, no te esperaba!

- Siento molestar, pero si es el caso me voy, dijo la joven una vez dentro de la ya cálida estancia, mientras intentaba apartar el pelo mojado de su cara y recorría una traviesa gota de agua toda su finísima nariz hasta colgar y sin percibirse del detalle, ya que era una gota más entre un millón que la cubrían.

- Me han dicho que aquí podría encontrar la solución hasta que mañana me pueda ir, irme a no se donde, pero irme.

- ¿Por que sabes que te quieres ir, si no sabes donde? Dijo el bibliotecario.

- No he sido bien recibida, no me abrieron las puertas cuando lo necesitaba, alguien me busca con sus elementos y aunque quería quedarme, me va resultar muy difícil.

- Bien, la última decisión la tomaras tú, pero no hoy si no mañana, rectificarás con lo de abrirte las puertas pues esta ya la has franqueado, te darás cuenta que quien te mandó hasta aquí, te ayudó y te fue de utilidad, y mañana al amanecer observarás un paisaje muy distinto al que has visto ahora en la noche. Me encargaré personalmente de alejarte del destino final de la tormenta, de los rayos y demás malas intenciones, ya solo deberás guardarte de quien ficticiamente quiera ser tu amigo. Acomódate junto a la chimenea que hay en la cocina y entra en calor, mañana tendremos un día de incertidumbre, pero intentaremos darle una solución. Por cierto ¿Cómo te llamas?

- ¡MAR! Todo el mundo me conoce por MAR, aunque ..

A la mañana siguiente cuando la joven despertó, se sintió descansada y relajada como si hubiera dormido tres días seguidos, estaba un poco desconcertada, no sabía realmente lo que la pasaba, quería salir de la habitación donde descansó, pero al no oír ningún ruido, la daba miedo ser ella quien rompiera el silencio, no sabía que hora era, no sabía cuanto tiempo llevaba ahí, pero decidió levantar la persiana despacio, ya que sabía que la luz exterior era fuerte por los pequeños haces que se colaban por las grietas de la persiana. Así fue, un sol brillante iluminó la estancia, resplandeció su bello rostro y cargó su interior de energía, la cual provecho para dirigirse a la cocina de donde rezumaba un agradable olor a bizcocho.

No había nadie, ni en la cocina, ni en la amplia sala de la biblioteca ni en las otras habitaciones, nadie respondía a sus llamadas y a sus ruidos provocados para llamar la atención.

Al cabo de un rato encontró una pequeña nota que asomaba debajo de la bandeja del bizcocho, que rezaba una escueta escritura, “he tenido que salir, volveré en cuanto pueda, descansa y por favor, si a medianoche no he regresado da cuerda al reloj ”

Mar pasó el día entero esperando a no sabía bien el qué, aprovechó para reorganizar su pequeño equipaje, que estaba compuesto por todo lo que le cupiese en una mochila que tenía adaptada a las formas de su espalda, encontró un jabón perfumado para lavar su ropas y prendas mas especiales, para terminar secándolas bajo unos cálidos rayos de sol de un otoño distinto, degustó ciertas viandas que había por la acogedora cocina, deambulo por la casa de piedra que ampliaba la vieja ermita, su curiosidad innata la podía y obligaba a querer saber más y ver más, si bien su lugar preferido se decantó rápidamente en que era la vieja biblioteca, justo debajo de la estantería que daba paso a la estancia de los libros por leer, un habitáculo pequeño en dimensiones físicas pero inmenso en las espirituales .

Esperó y esperó el día entero, se hizo de noche, y quien la acogió la noche anterior, no apareció, Mar se extrañó, se sentía acompañada por el sonido del viejo reloj, al cual acarició como si lo hubiera oído durante años, pensó en muchas cosas y ninguna estaba cercana de la realidad, pero le reconfortaba saber que el pensamiento era libre, cogió un libro sobre la condición humana y decidió que fuera el que le acompañara esa noche en la misma habitación que tan bien pernoctó.

Mar tuvo un nuevo y agradable despertar a la salida del sol, estaba vez unido a un tintineante sonido proveniente de más allá de su puerta, saltó de la cama, se recogió su dorado pelo y se vistió con lo primero que tenía a mano sin intención alguna, un vestido de fino lino color camel, que se ajustaba a su cuerpo sin más, sin necesidad de adornos ni ajustes que hiciesen ver un cuerpo cincelado en la moldura de los cánones de la belleza femenina, era como la representación de una escultura en la que debe predominar la belleza corporal sobre todo lo demás, abandonó la habitación para dirigirse a la cocina y poder ver y hablar a quien había marchado a dar solución a sus problemas y agradecerle el que abriera su puerta en una noche que nadie lo hubiera recomendado y menos hecho.

- ¡Buenos días! escuchó Mar a sus espaldas antes de terminar de traspasar el cerco de la cocina.

Se quedó parada, quieta, inmóvil, no se lo esperaba, pensaba verle de frente y ser ella la primera en darle los buenos días. Se giró despacio, otra vez desconcertada, algo inquieta, y volvió a escucharle decir, “Buenos días, no tenemos tiempo que perder, debemos coger mi barco y salir en busca del consejero de Taranis, el dios de las tormentas, así que solo necesitarás llevar contigo una cosa, algo que aprecies, algo que te haga sentir bien, algo especial, y por ello debes de luchar. Si subes no te arrepentirás”.

¡Vale! respondió ella solamente, pero con infinitas ganas de decir muchísimas cosas más, de preguntar, pero sabía que debía hacer caso y no quería hacer perder el tiempo y ser o parecer impertinente.


El barco era especial, estaba amarrado a puerto y salir de ahí en busca de del consejero del Dios de las tormentas fue fácil, la singladura no debería ser muy larga, y el objetivo lo debían de conseguir antes de dos días, ya que era cuando tendría que volver a dar cuerda a su reloj anclado a la biblioteca, y ya muy mayor para viajar. Ella preguntaba que por que era especial el reloj, el barco, la chimenea, la ventana agrietada, la biblioteca, aunque lo notaba, lo percibía, pero no lo podía discernir.

Al atardecer, cuando comenzaba a afianzarse en sus movimiento por la cubierta del barco mientras surcaban suaves mareas, la brisa de proa se enredaba entre su pelo, su silueta ocultaba el ocaso del sol, y las transparencias en su vestido de lino dejaban entrever la mas bella estampa que desde popa los ojos del marino jamás observaron.

Sin saber cuanto tiempo podría aguantar en ir a buscar un acercamiento por la tarima mojada de agua salada hacia ella, la observaba pensativa, con los pies colgando desde cubierta para ser salpicados por la infinita bondad del mar, impregnándose de yodo y vida.

El seguía observándola, y deseando sobre sus hombros desnudos hacerla sentir la calidez de sus dedos como apartaban su pelo, para poder percibir mejor un susurro bajito de su voz, lo suficientemente bajo para que no pudiera llevárselo el viento.

El momento inolvidable lo rompió el susto que provoco en Mar la aparición repentina del consejero de Taranis, que de forma sorpresiva surgió del cielo para levitar sobre el agua salada a escasos metros del barco, vociferando:

- ¡Has traído algo deseado y preciado que te pueda salvar y magnificar aún más a mi señor, algo que creas que es invencible contra el poder del Dios de las Tormentas!

- SI, respondió ella de forma valiente.

- He traído una Margarita, bella por naturaleza, libre como para crecer sin ayuda de nadie, deseada por los enamorados para su sacrificio y admirada por su sabia, utilizada desde la antigüedad como ornamento, tiene la luminosidad de su blancura y admira al sol por la sintonía de colores y con un futuro prometedor entre las flores mas hermosas por si sencillez.

- ¡Ja, Ja, Ja, se rió el pobre desgraciado secretario del malévolo, ¡Con eso quieres competir! Pues me lo pones muy fácil, pequeña criatura.

- Esta noche le pediré a las nubes que dejen a la luna poder competir con su luminosidad, y como tenga mas luz la luna que tu flor, habrás perdido tu derecho a …

- ¡Alto! Grito el joven bibliotecario que hacía de marino por devoción, si acaso la luna te ganase, para mi esa noche no existió, no hubo noche, ni estrellas ni lunas, solo habré visto una flor, la flor mas bella de los jardines de Palacio, solo una flor, la flor de la noche. Nos habrá ganado el tormento y abandonaremos el pueblo con nuestras cosas, juntos en este barco en una singladura sin fin.

- ¡Vale! Respondió el desgraciado adlátere, pero si ganáis, vuestro pueblo y ella especialmente, no volverá a sufrir una tormenta dirigida.

Juntos esperaron abrazados a que llegara la noche.

Nadie sabe el por qué, pero esa noche hubo una ligera tormenta que obligó a ocultarse a la luna entre las nubes, y todo se debió al parecer, a que a Taranis no le gustaba perder.

DEIDAD



La triste historia de una niña que se quejaba de su triste vida.

Boscosas montañas rodeaban su vista todas las mañanas cuando al despertar asomaba su carita por la ventana, ella, una jovencísima ahijada de Afrodita, de nombre austero en letras pero lleno de gracia, con la bondad del paso de un cometa, y aún así, no quería ver más allá del alféizar de su ventana, no podía percibir el olor a leña que se desprendía por las chimeneas vecinas, no pretendía distinguir la humedad de la niebla que podría refrescar sus pulmones con un aire nuevo y revitalizador de todas sus ideas, esto solo era algo que nublaba su visión sin utilidad aparente y sin que le pudiera evocar pensamientos felices o ilusiones nuevas, ni tan si quiera recibió el rocío de buen agrado que bañó el pasado verano sus despertares en esa misma latitud.

Anteriormente, o fue después probablemente, no lo se muy bien ahora, vivía al otro lado de las montañas, siguiendo el camino de tierra que lleva a la carretera asfaltada del pueblo más cercano, a tan solo dos horas y media de la gran ciudad, donde todas las mañanas al amanecer, las luces de las ciudad se reflejaban en los cristales de los altos edificios con lujosos apartamentos que daban a su pequeña habitación, de su acomodado apartamento en una de las calles con más glamour de la milla de oro, en lo que a moda se refiere y tuviera ciudad alguna. Todas las mañanas bajaba trepidante en plena hora punta para coger el autobús que la llevaría a su lugar de trabajo, marcaba seguridad al paso entre la gente, su perfume era embaucador difícil de olvidar para virtuosos con capacidad de memoria olfativa que se quedaba clavada en el hipocampo tras rasgar la pituitaria, desprendía cierta atracción a la mirada pero a la vez un mínimo de temor a mantenérsela, los habituales observadores se rendían sin aguantar una segunda mirada y sufriendo por su cobardía insuperable ante tal atracción.

Y cuando estaba llegando a su frenético puesto de trabajo, se acordaba que tenía que dedicarse unos minutos más a ella misma y disfrutar por unos segundos del aroma que desprendía la croissantería de Mila, a una manzana antes del lugar deshumanizado que le llamaban puesto de responsabilidad que era su trabajo, ahí solía desayunar, para pasar y relajarse dando un pequeño sustento a su alma, mas que a su cuerpo, por que en el fondo, en la gran ciudad todos tenemos más necesitada el alma que el cuerpo.

Uno de esos días, nuestra niña hecha mayor se acordó de algo, no se lo podía quitar de la cabeza, lo intentaba olvidar y se le retornaba el pensamiento, pensó que cuando entrara en la vorágine de la metrópolis nada le podría afectar, pero no fue así, y ya al cerrar la puerta del apartamento se dio cuenta que algo le faltaba y que algo le acompañaba, no podía discernir que era lo que más le pesaba de las dos cosas, y finalmente, después de la obligada parada ante la vitrina de dulces delicatessen que Mila se había esmerado en preparar para sorprender una vez más a su selecta clientela, se detuvo a meditar pensando que no creía que esto le estaría pasando, pero la realidad se apoderó de ella y decidió volverse a encontrarse con su pasado. Haría caso a lo que estaba viendo en la vitrina en forma subliminal, en forma etérea.

Desde aquel fatídico día, la pupila de Apolo, la niña con rasgos definidos en perfecta geometría, con brillantes y expresivos ojos que tuvieran a bien competir con el esplendor de la estrellas que la vieron nacer, ahí entre las boscosas montañas nevadas de una gélida y despejada noche, con un futuro conocido y un pasado por descubrir, optó por volver a sus inicios, a retomar la vida con la alegría y con la constancia del caudal que llevan sus ríos, aquellos en los que se sumergía para adentrarse en la naturaleza que a gritos la llamaba y que de alguna manera marcaron su labios en pinceladas acuáticas y henchidos en definición.

Todo empezó, cuando ella quiso asegurarse tenerlo de por vida, conocedora de la prodigios cautivadores, la sensibilidad de su mirada, la suavidad de piel, su olor a azahar y vainilla y sobre todo del calor, el calor que desprendía en la noche su amado y querido osito que le acompañaba noche tras noche, desde el ocaso hasta la alborada, sin abandonar su misión de velar su sueño, espantarle las pesadillas y protegerla de cualquier mal espiritual o físico que atreviera de forma infame a perturbar su descanso, como aguerrido luchador de las causas más nobles, y siempre sin separarse del abrazo que constreñía a su cuerpecito redondeado que Ana le daba, de terso algodón y ojitos pulidos en nácar negro pero expresivos hasta llegar al ensimismamiento, recogiéndose en la intimidad de una misma, del enamoramiento de un ser querido y necesitado.

Allí donde ella vivía, lugar idílico por el marco verdoso de diferentes tonalidades que lo rodeaban, todo el mundo se preguntaba como era posible que esa criatura que al andar danzaba y que al correr flotaban sus pies sobres las flores, nunca tuviera ni la mas levedad en su ser, o resquicio de salud, estando constantemente acompañada de un aura que querían para si todos los demás, haciendo surgir las envidias de quienes no podían tener algo, preferían arrebatarlo a ser condescendientes con su destino.

Las gentes del lugar, sin malicia heredada ni conocedoras de la misma, pero quizá algo carentes de conocimientos, y con personalidad algo influenciable, se dejaron llevar por los que los incitadores de envidias que les reconcomían, haciendo caso a comentarios y algún albur interesado en contra de la magia hechicera que se manifestaba detrás de la ventana de la habitación de la pequeña deidad.

Por suerte para la reinita de este cuento, y debido a que las gentes del lugar eran de todo menos discretas, se presentó ante su ser, una figura amable cubierta de sedas brillantes y con aspecto de necesitar muy poco, y no por que ya lo tuviera, al contrario, pues carecía de todo lo prescindible, y con una voz castigada pero melodiosa le dijo:

“Mira niña, soy Dinguin el mago del bosque y he venido para ayudarte.

-¿ Me conoces?” dijo Dinguin.

- Sí, me han contado historias mis abuelitos sobre ti, dijo la pequeña.

- “ He oído por ahí, susurro Dinguin que la gente mala del lugar quieren quedarse con tu osito, ese que te acompaña todas las noches y te da calor, evita que enfermes y vela tu descanso, por lo cual han convocado a todo el pueblo para protestar delante del regidor, para que te lo confisque o amenazan con rebelarse, y así que lo puedan tener las niñas de cada uno de los habitantes de esta villa, una noche cada una o repartirse un trocito del osito para siempre”. “Creo que esto último es algo terrible, así que tu me lo dejas, yo te lo cuido hasta que pase el alzamiento, después cuando se hayan olvidado de él, por que no lo encuentran, solo tendrás que venir al bosque de musgo donde yo vivo y gritar tres veces su nombre, entonces aparecerá y volverá contigo , Princesa”.

Ella ante el temor de lo que le había contado el Mago Dinguin, y antes de que pudieran partir en trocitos a su buen osito, se lo entrego con lágrimas en los ojos, temblor en sus labios e inseguridad en sus manos, sabedora que era la decisión más dura jamás tomada a su corta edad y probablemente en el resto de su vida, que sus noches ahora serían mas frías, más inquietas, y que alguna mañana podría estar enfermita por que nadie la protegió ni lucho por su bien.

Al tiempo, bastante largo se le hizo, cuando todo estaba calmado y pensó que era buen momento de recuperar a su osito valedor de mil y una gloria, descubrió su gran error, un fatídico y grave error, su osito al que tanto quería y del que le costó desprenderse tanto en aquellos momentos, el que le había protegido tantas y tantas noches, el que había luchado por ella sin descanso y con desvelo, ese mismo osito, nuestra querida y simpática niña, no le había puesto un nombre, un nombre al que dirigirse a él, que le distinguiera del resto de ositos, al que recordara de una manera mas personal. Pensaba que lo que era suyo no debía de tener nombre propio. Por lo cual no podría ya nunca repetir su nombre tres veces en el bosque de musgo para recuperar así a su buen osito. Por eso ya no le interesaba lo que pasaba delante de su ventana, no disfrutaba de las pequeñas cosas que la vida nos ofrece, no apreciaba casi nada que le reportara un momentito de placer. Solo sabía quejarse y lloriquear sobre su mala suerte.

Afortunadamente, la historia no termina aquí, la magia existe, y en especial para los niños y las niñas buenas, por eso cuando Ana ya era un poquito más mayor y delante de los dulces de la croissantería decidió ser feliz consigo misma dándose un respiro al alma, apareció de forma abstracta otro distinguido Mago y le dio las claves para recuperar su felicidad, algo sencillísimo pero secreto desde decenas de años, y era yendo al bosque de musgo y tan fácil como llamar tres veces al Mago Dinguin con las palabras mágicas secretas de él, y que nadie conocía:

¡¡ DINGUIN DILINGUIN!!

¡¡DINGUIN DILINGUIN!!

¡¡DINGUIN DILINGUIN!!

LA CORTA METÁFORA DE UNA NOCHE CORTA.



Él entró en su habitación, sintió haber forzado su alma y vendido su espíritu al no poder reconocer su sombra sobre el lúgubre entarimado curtido por el paso del tiempo, anteriormente ya había pasado por ese lugar y sabía que su estancia debería ser corta, tan corta como para que el olvido predominara sobre el recuerdo en todo momento posterior. Quizá aún estaba a tiempo pensó en todo instante que a la mente se le atravesaba aquella imagen jovial, enternecedora y graciosa en espíritu, que a él le llenaba de alegría e inquietud por averiguar como era posible esa atracción a la inteligencia, a esa madurez intelectual que se expresaba a la defensiva buscando una respuesta a una edad en la cual es más fácil estar divagando por el mundo de la fantasía.

Si te diera la respuesta que estás esperando, dejarías escapar aquello para lo que no estás preparada, pensó en decirle, pero podrían parecer palabras duras en algo que debería ser innecesario, sobre todo al recibirlas alguien de una sensibilidad especial como era ella. Conocerla era una insistencia que requería con ansiedad un estímulo en su interior que le hizo dar los pasos necesarios para ello, si bien en un principio, más bien en el principio de los principios le hubiera parecido algo mas relacionado a esbozar una sonrisa y brotar una carcajada de incredulidad, pero el destino puso el resto, la casualidad puso de su parte, y ambos cedieron a dejarse llevar parte de su ser, a que les condujera por el traslúcido camino de la curiosidad.

El mundo no era virtual, era un mundo lleno de mundos, pequeños, diminutos, pero llenos de vivencias que resultaron a cada cual mas dispar.

Pero si alguien era importante en esos mundos, era ella, por que todos esos mundos formaban un solo ella, y ella era más que muchos mundos conjuntamente, así que si bien su nombre no era real, quien se atrevió a decir nunca, que no era algo mucho más real lo que una siente dentro, que donde te ha tocado estar aunque solo sea de paso, si no sientes que estás ahí.

Se llamaba Noa y aunque era triscaidecafóbica, tenía entre sus muchas virtudes la de que no destacara una sobre otra en principio, o a primera vista se decantará como predominante, era al conocerla cuando se podía observar que detrás de esa primera bella imagen con profunda mirada, luminosidad en su tez, sedosa piel y elegantes movimientos, debías dejar de mirarla para intentar captar todo lo que podía trasmitir en instantes y que se escapa de no concentrar toda la atención, a la vez que imposible resultaba intentar dejar de mirarla y pasar al libre estado y relajado de la contemplación a la par que disipador del tiempo. Culpa de ello tenía el brillo de sus ojos.

Se encontraba a gusto soltando cometas al viento, esas tardes donde soplaba con cierta intensidad, pero lo que no le gustaba es que ese viento quisiera dominar sus cometas, cosa que no aceptaba, sus cometas eran suyas y sabía llevarlas con soltura, pero los tercos vientos se empeñaban en dificultar aquellas agradables tarde de ocio, si bien es cierto que alguna vez algún mal viento casi se le podría llamar un huracán la hizo pasar un mal y peligroso momento y quizá no supo llevar bien sus consecuencias posteriores por un mal calculo de previsión, esto no debía tener importancia para tiempos venideros. Probablemente lo tenía ya superado, pero como decir a los demás que quería ayudarse a través de las brisas y con el suave céfiro a trasportar las beneficencias necesarias allí donde fueran precisas, hacer volar el grano hasta la tierra fértil, llevar el polen a la flor abierta, el agua hasta las montañas por altas que estas fueran, llevar su voz en defensa de lo indefendible y poder alejar de si misma toda la contaminación que le pudiera rodear en cualquier ambiente, y todo ello solo con el viento, que era el aire que ni más ni menos era uno de los cuatro elementos llamados así por Aristóteles.

Noa no tenía alas, ni falta que le hacían, no tenía poderes sobrenaturales ni los añoraba, ella disponía de un alma infatigable, todo lo que se proponía lo conseguía, era constante, consciente y muy trabajadora, quizá sería la viva imagen de la palabra tesón, si bien es difícil poner a una palabra una cara, y más cuando esa cara además pudiera reflejar tantas y tantas cosas bellas como tenía esta niña de espíritu enigmático, fiel reflejo de la amenidad y la prodigalidad en la conversación, marcaba lo bello, y si salía algo de sus labios engrandecía por el solo hecho de haber emanado de ella.

Sus labios formados por dos horizontes desiguales paralelos pero atrayentes hasta rabiar por sentir la dulzura de los mimos cerca, muy cerca y privarse al placer de sentirlos íntimos, de comprobar que la seda pudiera parecer vulgar al lado de ellos, solo mirarlos era asegurarse sufrir por no poderlos sentir. Entonces decidías desviar la atención y mirar hacía otro lado, pero nunca debía ser sobre sus ojos brillantes cargados de luz y esplendor, era atrayentes por naturaleza y mirarlos creaba dependencia y no quererse marchar, seguir buscando la continuación de la conversación para poder mantener la mirada fija a esa atracción, pero si cometías el error de observar su largo cuello hasta llegar al lóbulo de su oreja, te verías inmerso en un poderoso mundo de deseo, y ansiarías poder sentir a escasos milímetros en un solo y leve acercamiento lo que una piel podría mejorar un perfume que tardó años en darse forma después de ser examinado por olfatos expertos.

Misión imposible resultaría adivinar o intentar recordar ese perfume para posteriormente y por el sistema de comparación intentar identificarlo y saber de cual se trataba, como intentó hacer aquel quien no fue capaz de reconocer su propia sombra, pues faltaba un factor determinante, su piel, sin ella toda esencia o perfume quedaba escasa en profundidad, en magnitud, en atracción e incluso parecía carecer de alma propia en relación con aquella experiencia anterior. Las feromonas pudieron tener parte de culpa, pero no eran las únicas implicadas, había algo que acompañaba además de todo lo anterior y que resultaba difícil de detectar, y esto solo ayudaba a elevar las dimensiones del enigma que la envolvía. Además en ella, había algo por lo que preguntarse y al observar su piel no pasaba desapercibido, eran pequeñas cicatrices repartidas de forma aleatoria por diferentes partes de su cuerpo, y no presentaban forma de apariencia o similitud entre ellas, parecían haber sido forjadas como caprichos sobre su tersa piel, y cada una diferente de otra, en profundidad y en dimensiones, pero que causaban un misterio bello que le deban una identidad propia.

Un buen día se decidió hacerle frente a la situación por la que pasaba y realizarle un reto especial a uno de los vientos molestos que la rondaban e inquietaban, que pretendían permanecer cerca de ella siempre, como si su espacio debiera ser cubierto, ocupado y controlado por él, ese encargo sería de una sencillez extrema, tan solo debía de poder trasmitir hasta un punto determinado lo que de su boca saliese en forma de voz, llevar esas palabras hasta un lugar, y una vez allí, dejarlas, y volver antes de que perdieran validez el sentido de las mismas.

Una calurosa noche de verano se citó con él, quedó a la hora donde las flores duermen para no despertar, a la hora donde nadie ve por ser la noche cerrada, junto a las tapias del cementerio de la cuesta, con este viento que arrastraba malos recuerdos, contenía vergonzosas intenciones e impregnaba cierto hedor allí donde se posaba aumentando su malestar por el propio calor ambiental que nada ayudaba a soportarle.

El plan era el siguiente; tras en vano intentar convencerle de lo ingrato de su presencia y la solicitud de no aparecer nunca más por su vida, y aún a sabiendas que no admitiría tal tipo de solicitud, decidió pasar al segundo plan, que era entregarse a él sin contemplaciones y de por vida si conseguía salir airoso de una fácil propuesta.

Este viento malévolo aceptó sin limitación alguna escuchar la propuesta y acatar su desaparición si no era capaz de consumar o conseguir exitosamente el objetivo que le señalara la dulce joven de marcadas facciones.

Hemet que era el nombre del ponzoñoso viento dijo:

- Escucho y acepto tu proposición Noa, dime lo que quieras por que pronto volverás a ser mía.

Noa le dijo con la suavidad y paciencia que le caracterizaba y de forma muy pausada con voz angelical, lo siguiente.

- “Sé feliz en mi distancia”, inténtalo de todo corazón y consíguelo.

Los días pasaron, luego fueron semanas y pronto serán varios meses en los que aquel viento no volvió de vuelta a tiempo.

Si bien ella que eternamente quiso ser una niña consiguió dominar sus propios vuelos, controlar sus vientos e impedir que la pudieran aturdir, aún esperaba la respuesta de quien no se la quiso dar, quizá por que la pregunta nunca existió, quizá por que la respuesta no estaba en ese lugar, o quizá la agradable lluvia que acompañaba con su melodía ambiental al golpear contra el suelo y que cayo la primera noche sobre las huertas del paseo de los escritores, no pudieron despejar las dudas sobre ellas, ya que al mojarse, se volvieron mas pesadas y difícil librar.

Él, en la ficción, sigue paseando por las huertas recordando una esencia.


PASEO DE ENAMORADOS



Ya los veo paseando de la mano casi flotando entre las hojas amarillas ocres del árbol de platanero caídas sobre el camino, ese camino hecho hoja a hoja, restos de los que fue sombra de verano y se encuentran caídas sobre una tierra húmeda que rezuma un olor a musgo y vida, para el disfrute solo de almas sensibilizas por esa torpeza llamada amor y que te hace ver la vida ralentizada en segundos que para uno es como si viviera una vida aparte, paralela al mundanal ruido exterior, y todo gracias a ir cogidos de la mano de esa personita que se ha unido a tu destino, o que tu destino te reservó para embellecer tu rostro y el suyo cuando os miráis fijamente a los ojos y debido a la prontitud de la relación no podéis sostener esa mirada y la sustituís primero por una caricia en la mano para luego cerrar los ojos y desear sentir sus labios sobre los vuestros.

Su tez brilla en mate reflejando luz tenue en este sombrío otoño, ella siente recorrer un liviano escalofrío desde su cabello pasando por su cuello, por toda su espalda y terminando en no sabe donde salvo que todo termina en el mismo sitio cuando viene de él, siempre en su corazón aterciopelado ávido de recibir todas las ternuras que lo dejen prendado y marcado como ella lo siente, como ella lo vive, surcado de líneas acompasadas, como que si las acariciasen sonarían a un piano de cola en el fondo de la biblioteca del palacio del infante.

Él no sabe ocultar su dicha, su pasión y desprendiendo de fluida ternura ante los requerimientos cálidos de atención a los que constantemente atiende de manera esmerada entre sonrisas y un halo inconfesable de felicidad. Quizá ella le da todo lo que necesita solo estando ahí, cerca de él, y no han sido conscientes que han recorrido el parque entero por el camino más largo figurado y no han sido conscientes de que el mundo les miraba y disfrutaba con su presencia, pasaron la fuente del Ángel, pasaron el viejo roble que alberga los secretos de cientos de miles de parejas que con anterioridad pasearon por de debajo de sus hojas con formas recortadas, pasaron entre las hojas que las hormigas devoraran para rellenar los hormigueros, pero lo cierto es que ellos no pasaron por ahí.

Yo sigo siendo la estatua pétrea que todo lo observa desde su rincón. Y solo sé, que ellos estaban en otro lugar que solo saben sus almas.

09 noviembre 2006

Caminante no hay camino, se hace camino al andar


Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre el mar.
..
Nunca persequí la gloria,
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles,
como pompas de jabón.
.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse...
.
Nunca perseguí la gloria.
.
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
.
Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar...
.
Hace algún tiempo en ese lugar
donde hoy los bosques se visten
de espinos
se oyó la voz de un poeta gritar
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."
.
Golpe a golpe, verso a verso...
.
Murió el poeta lejos del hogar.
Le cubre el polvo de un país
vecino.
Al alejarse le vieron llorar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."
.
Golpe a golpe, verso a verso...
.
Cuando el jilguero no puede
cantar.
Cuando el poeta es un peregrino,
cuando de nada nos sirve rezar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."
.
Golpe a golpe, verso a verso.

Antonio Machado

ZONA DE VOLADURAS





Que cada uno saque sus propias conclusiones.

18 diciembre 2005

A los alumnos del curso xxiii


Saludos desde donde esté, a todos los putos alumnos del curso xxiii hoy ya licenciados en historias varias, doctorados en excusas acompañados de diversas mentiras y catedráticos de lo absurdo. Y todo gracias a algunos de sus profesores que intentaron taladrar las meninges de esos incautos alumnos que pensaron que iban a saborear las mieles que desprendían la élite de la sabiduría y la profesionalidad, en fin, un ganado dirigido por un pastor cruel que no distinguía la indómita ignorancia de su vanagloriada carrera profesional cargada de éxitos, alguno de ellos inventados con falacias que intentan encumbrar el imposible sobre el áurea de la perfección.
Este imbécil no ha sabido saber estar a la altura de las circunstancias en los momentos adecuados y ahora no iba a ser la excepción.
Queridos ex-putos alumnos, no fiéis más de lo que podáis retroceder, intentando salvar vuestra dignidad desde la humildad que tan solo el ser humano íntegro puede llegar a desprender.


19 noviembre 2005

CIERTO

...pues la vida nunca dio lección al nóvel, ni sabiduría al que no erró.

Para un mundo mejor...
A taladrar que esto se va acabar.

06 septiembre 2005

Esto es solo el comienzo


Hola a todos los visitantes de este lugar, esto es solo el comienzo y todo está en periodo de pruebas.
Si teneis algún comentario que hacer pues bienvenido será.
Saludos y muchas gracias por vuestra visita.