04 junio 2008

BELLIS PERENNIS



MAR y su microcuento

Todo ocurrió entre el caos y el desamparo que generó una peligrosa tormenta con carga eléctrica, llovía a mares, caían rayos entre las pequeñas calles de un pequeño y humilde pueblo pesquero, los relámpagos ayudaban poco a traer la calma a los pobladores de esa zona. Parecía como si el dios de las tormentas, Taranis decidiera cargar toda su ira y rabia contra esa zona queriendo hundirla en el agua e incinerar para siempre algunos edificios que daban una entidad especial y todo a base de fuerza eléctrica, sin pensar que dentro había gente desconcertada y temerosa de las consecuencias.

Era tarde, la noche empezaba a entrar con fuerza en su soledad, en dar apariencia de que no había nada que hacer y solo el paso de las largas horas podría darle solución con el amanecer de un nuevo día, mientras sonaban algunas de las puertas de las humildes casas de pescadores, donde alguien llamaba golpeando la aldaba desconsoladamente para que le abrieran y poder refugiarse de la lluvia, y de la tormenta.

Entre los habitantes había también gente valiente y decidida, con ganas de hacer algo y sin saber como, pero tampoco sabían el por qué ocurría, habían oído la leyenda que contaban los más viejos del lugar sobre el día que los rayos incendiarios entraran por las puertas de las casas cuando las abrieran en una noche de tormenta, a un extraño que solícito se presentara en sus casas. Quizá esa noche todo el mundo sería sordo como para no poder escuchar el repicar de las aldabas, como para poder percibir el silencioso gritar que pedía esa personita anónima que esquiva los rayos que la buscaban, que la arrojaban directamente con pérfidas intenciones ahí fuera.

Esa personita, que para todos los demás era anónima, era valiente, luchadora, e inteligente como para aprovechar el resplandor de los relámpagos, y así observar los lugares donde protegerse y a la vez moverse en el momento en que se apagaban, para no poder ser alcanzada por lo que Taranis lanzaba con intención de dañarla. Se defendía hasta la extenuidad, pero sabía que de durar mucho la batalla, el cansancio de su largo viaje le pasaría factura, llevaba toda la vida recorriendo el mundo, buscando un lugar para quedarse, o mejor dicho, un lugar para poder renovar fuerzas y continuar con su itinerante estilo de vida, sabía que había visto mucho mundo, pero mejor sabía que le quedaba mucho más por ver.

Había decido quedarse en ese lugar sin saber por qué, de una manera peculiar, sin terminar de entender lo que la reconfortaba de un lugar en el que llovía de forma inhóspita, no conocía a nadie ni a nada, era atacada por las fuerzas de la naturaleza, no le abrían las puertas por un miedo que ella no entendía, pero algo la atrajo y decidió probar, y tras recordar que era el último día del mes y que era una buena manera de acabarlo, se dijo con decisión “aquímismo30”.

Existía una figura única y atípica en los pueblos de la zona, desconocida por muchos, incluso por las autoridades del lugar, celosa de su intimidad, guardadora de grandes secretos y habilidoso con las manos, poco se sabía de él, pero no importaba, lo importante es que siempre estaba ahí, para lo que hiciera falta, para consultarle, para que escuchara, en la necesidad de aplicación de virtudes desconocidas, en resolver sencillamente lo que pudiera parecer complicado, era empático, era el bibliotecario de la única biblioteca de toda la comarca, en ella se respiraba un penetrante olor a papel y sal, a madera y libro antiguo, se mezclaba con el olor a las bombillas que con su luz queman todo lo que les cerca. Era un lugar en penumbra acogedora y necesariamente silencioso, solo acompasado por un antiguo reloj de cuerda que a cada movimiento de su péndulo dejaba caer a la estancia un “tic” seguido otro “tic” de idénticas características, no existía el “tac”, eso le hacía único y exclusivo. El reloj requería su atención cada tres días, solo que le pedía unas suaves cosquillas a su interior para poder seguir siendo útil minuto a minuto, sonar unas indescriptibles pero muy dulces campanadas a las horas en punto.

Era justo medianoche, cuando al sonar la última de las doce campanadas se oyó que alguien golpeaba delicadamente con los nudillos la infranqueable puerta de roble de la biblioteca, que regiamente se hizo para la antigua ermita que en su día fue, y que debido a caer en desuso, fue abandonada tras la finalización de la nueva iglesia construida con los fondos de las cofradías de pescadores. Por la forma suave y delicada de llamar, por la horas intempestivas y por la sin razón de la tormenta, algo le resultó extraño al nocturno bibliotecario que aún estaba en vigilia acompañado de un libro que lo había llamado esa misma noche, con la única excusa de mantenerle despierto por lo que pudiera ocurrir, y que al final ocurrió.

Abrió la puerta sin preguntar quien era, ni que quería el que llamaba, observó un rostro angelical bajo el agua que del cielo caía sin cesar, empapada hasta los huesos y que permanecía inmóvil frente a la entrada de la antigua ermita de piedra, con aspecto lánguido por el efecto del agua, antes de que ella pudiera decir nada, fue invitada con un rotundo “¡Pasa, no te quedes ahí, no te esperaba!

- Siento molestar, pero si es el caso me voy, dijo la joven una vez dentro de la ya cálida estancia, mientras intentaba apartar el pelo mojado de su cara y recorría una traviesa gota de agua toda su finísima nariz hasta colgar y sin percibirse del detalle, ya que era una gota más entre un millón que la cubrían.

- Me han dicho que aquí podría encontrar la solución hasta que mañana me pueda ir, irme a no se donde, pero irme.

- ¿Por que sabes que te quieres ir, si no sabes donde? Dijo el bibliotecario.

- No he sido bien recibida, no me abrieron las puertas cuando lo necesitaba, alguien me busca con sus elementos y aunque quería quedarme, me va resultar muy difícil.

- Bien, la última decisión la tomaras tú, pero no hoy si no mañana, rectificarás con lo de abrirte las puertas pues esta ya la has franqueado, te darás cuenta que quien te mandó hasta aquí, te ayudó y te fue de utilidad, y mañana al amanecer observarás un paisaje muy distinto al que has visto ahora en la noche. Me encargaré personalmente de alejarte del destino final de la tormenta, de los rayos y demás malas intenciones, ya solo deberás guardarte de quien ficticiamente quiera ser tu amigo. Acomódate junto a la chimenea que hay en la cocina y entra en calor, mañana tendremos un día de incertidumbre, pero intentaremos darle una solución. Por cierto ¿Cómo te llamas?

- ¡MAR! Todo el mundo me conoce por MAR, aunque ..

A la mañana siguiente cuando la joven despertó, se sintió descansada y relajada como si hubiera dormido tres días seguidos, estaba un poco desconcertada, no sabía realmente lo que la pasaba, quería salir de la habitación donde descansó, pero al no oír ningún ruido, la daba miedo ser ella quien rompiera el silencio, no sabía que hora era, no sabía cuanto tiempo llevaba ahí, pero decidió levantar la persiana despacio, ya que sabía que la luz exterior era fuerte por los pequeños haces que se colaban por las grietas de la persiana. Así fue, un sol brillante iluminó la estancia, resplandeció su bello rostro y cargó su interior de energía, la cual provecho para dirigirse a la cocina de donde rezumaba un agradable olor a bizcocho.

No había nadie, ni en la cocina, ni en la amplia sala de la biblioteca ni en las otras habitaciones, nadie respondía a sus llamadas y a sus ruidos provocados para llamar la atención.

Al cabo de un rato encontró una pequeña nota que asomaba debajo de la bandeja del bizcocho, que rezaba una escueta escritura, “he tenido que salir, volveré en cuanto pueda, descansa y por favor, si a medianoche no he regresado da cuerda al reloj ”

Mar pasó el día entero esperando a no sabía bien el qué, aprovechó para reorganizar su pequeño equipaje, que estaba compuesto por todo lo que le cupiese en una mochila que tenía adaptada a las formas de su espalda, encontró un jabón perfumado para lavar su ropas y prendas mas especiales, para terminar secándolas bajo unos cálidos rayos de sol de un otoño distinto, degustó ciertas viandas que había por la acogedora cocina, deambulo por la casa de piedra que ampliaba la vieja ermita, su curiosidad innata la podía y obligaba a querer saber más y ver más, si bien su lugar preferido se decantó rápidamente en que era la vieja biblioteca, justo debajo de la estantería que daba paso a la estancia de los libros por leer, un habitáculo pequeño en dimensiones físicas pero inmenso en las espirituales .

Esperó y esperó el día entero, se hizo de noche, y quien la acogió la noche anterior, no apareció, Mar se extrañó, se sentía acompañada por el sonido del viejo reloj, al cual acarició como si lo hubiera oído durante años, pensó en muchas cosas y ninguna estaba cercana de la realidad, pero le reconfortaba saber que el pensamiento era libre, cogió un libro sobre la condición humana y decidió que fuera el que le acompañara esa noche en la misma habitación que tan bien pernoctó.

Mar tuvo un nuevo y agradable despertar a la salida del sol, estaba vez unido a un tintineante sonido proveniente de más allá de su puerta, saltó de la cama, se recogió su dorado pelo y se vistió con lo primero que tenía a mano sin intención alguna, un vestido de fino lino color camel, que se ajustaba a su cuerpo sin más, sin necesidad de adornos ni ajustes que hiciesen ver un cuerpo cincelado en la moldura de los cánones de la belleza femenina, era como la representación de una escultura en la que debe predominar la belleza corporal sobre todo lo demás, abandonó la habitación para dirigirse a la cocina y poder ver y hablar a quien había marchado a dar solución a sus problemas y agradecerle el que abriera su puerta en una noche que nadie lo hubiera recomendado y menos hecho.

- ¡Buenos días! escuchó Mar a sus espaldas antes de terminar de traspasar el cerco de la cocina.

Se quedó parada, quieta, inmóvil, no se lo esperaba, pensaba verle de frente y ser ella la primera en darle los buenos días. Se giró despacio, otra vez desconcertada, algo inquieta, y volvió a escucharle decir, “Buenos días, no tenemos tiempo que perder, debemos coger mi barco y salir en busca del consejero de Taranis, el dios de las tormentas, así que solo necesitarás llevar contigo una cosa, algo que aprecies, algo que te haga sentir bien, algo especial, y por ello debes de luchar. Si subes no te arrepentirás”.

¡Vale! respondió ella solamente, pero con infinitas ganas de decir muchísimas cosas más, de preguntar, pero sabía que debía hacer caso y no quería hacer perder el tiempo y ser o parecer impertinente.


El barco era especial, estaba amarrado a puerto y salir de ahí en busca de del consejero del Dios de las tormentas fue fácil, la singladura no debería ser muy larga, y el objetivo lo debían de conseguir antes de dos días, ya que era cuando tendría que volver a dar cuerda a su reloj anclado a la biblioteca, y ya muy mayor para viajar. Ella preguntaba que por que era especial el reloj, el barco, la chimenea, la ventana agrietada, la biblioteca, aunque lo notaba, lo percibía, pero no lo podía discernir.

Al atardecer, cuando comenzaba a afianzarse en sus movimiento por la cubierta del barco mientras surcaban suaves mareas, la brisa de proa se enredaba entre su pelo, su silueta ocultaba el ocaso del sol, y las transparencias en su vestido de lino dejaban entrever la mas bella estampa que desde popa los ojos del marino jamás observaron.

Sin saber cuanto tiempo podría aguantar en ir a buscar un acercamiento por la tarima mojada de agua salada hacia ella, la observaba pensativa, con los pies colgando desde cubierta para ser salpicados por la infinita bondad del mar, impregnándose de yodo y vida.

El seguía observándola, y deseando sobre sus hombros desnudos hacerla sentir la calidez de sus dedos como apartaban su pelo, para poder percibir mejor un susurro bajito de su voz, lo suficientemente bajo para que no pudiera llevárselo el viento.

El momento inolvidable lo rompió el susto que provoco en Mar la aparición repentina del consejero de Taranis, que de forma sorpresiva surgió del cielo para levitar sobre el agua salada a escasos metros del barco, vociferando:

- ¡Has traído algo deseado y preciado que te pueda salvar y magnificar aún más a mi señor, algo que creas que es invencible contra el poder del Dios de las Tormentas!

- SI, respondió ella de forma valiente.

- He traído una Margarita, bella por naturaleza, libre como para crecer sin ayuda de nadie, deseada por los enamorados para su sacrificio y admirada por su sabia, utilizada desde la antigüedad como ornamento, tiene la luminosidad de su blancura y admira al sol por la sintonía de colores y con un futuro prometedor entre las flores mas hermosas por si sencillez.

- ¡Ja, Ja, Ja, se rió el pobre desgraciado secretario del malévolo, ¡Con eso quieres competir! Pues me lo pones muy fácil, pequeña criatura.

- Esta noche le pediré a las nubes que dejen a la luna poder competir con su luminosidad, y como tenga mas luz la luna que tu flor, habrás perdido tu derecho a …

- ¡Alto! Grito el joven bibliotecario que hacía de marino por devoción, si acaso la luna te ganase, para mi esa noche no existió, no hubo noche, ni estrellas ni lunas, solo habré visto una flor, la flor mas bella de los jardines de Palacio, solo una flor, la flor de la noche. Nos habrá ganado el tormento y abandonaremos el pueblo con nuestras cosas, juntos en este barco en una singladura sin fin.

- ¡Vale! Respondió el desgraciado adlátere, pero si ganáis, vuestro pueblo y ella especialmente, no volverá a sufrir una tormenta dirigida.

Juntos esperaron abrazados a que llegara la noche.

Nadie sabe el por qué, pero esa noche hubo una ligera tormenta que obligó a ocultarse a la luna entre las nubes, y todo se debió al parecer, a que a Taranis no le gustaba perder.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sigue escribiendo, sigue en ello. Me solidarizo con la gente que publica textos larguitos como yo :)

saludos..